Por 100291488
Los ciudadanos, los lectores, terminamos en ocasiones repudiando las cifras. A veces nos desanimamos cuando se nos ofrecen enunciados que empiezan con el típico “las estadísticas dicen que…” o “según las estadísticas…”. Sin embargo, no podemos afirmar que las estadísticas nos engañen, sino que lo hacen aquellos medios que las manejan a su antojo para hacernos creer unas cosas y no otras.
Son muchos los malos usos que se hacen de los datos. Cuando los medios de comunicación, por ejemplo, quieren impresionar a su audiencia agravando una situación suelen emplear números absolutos en vez de porcentajes. Si leemos en un titular “55 muertos en el puente de cuatro días” [1, 2, 3, 4] nos asombraríamos, pero si nos informáramos nos daríamos cuenta de que se trata de aproximadamente el mismo número de víctimas por accidentes de tráfico que en cualquier otro período de cuatro días.
En otras ocasiones, sobre todo cuando se habla de variaciones entre distintos años, se suele hacer lo contrario: utilizar los porcentajes y no los valores absolutos. El titular “El número de asesinatos en X ciudad aumentan un 60% este año” [6, 7] no nos sorprendería tanto si supiéramos que el año anterior se cometieron 5 homicidios y éste 8.
A pesar de todo, en ninguno de los dos casos podemos decir que el medio o el periodista hayan mentido.
Otro conflicto que surge es el de los intervalos de confianza y los niveles de significación. Una frase más correcta estadísticamente que “El 66% de los ciudadanos prefieren al candidato X” sería “Con un nivel de confianza del 95%, el 66% (más/menos el 6%) de los ciudadanos prefieren al candidato X”, de forma que sabríamos que, con un 95% de confianza entre el 60% y el 72% de la población prefiere al candidato X [8].
Del mismo modo, si una noticia dice que el desempleo ha disminuido del 9’1% al 8’9% de la población activa, nos queda claro que se trata de una buena noticia. Sin embargo, si resulta que el intervalo de confianza es de, por ejemplo, el ±1%, el error asociado al muestreo nos indica que esa aparente disminución puede ser inexistente. Es más, es posible que el paro haya aumentado [8].
Entonces, ¿mienten o no las estadísticas? Con ejemplos tan sencillos y rutinarios como estos, hemos podido comprobar que no es así, siempre y cuando los datos se interpreten de manera fiel y aportando todo aquello que sea necesario para su correcto entendimiento.